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Fiesta del Bautismo del Señor

Publicado:
7 enero, 2023
Imagen: "Bautismo de Cristo". El Greco. 1597 - 1600. Museo Nacional del Prado.

“Este es mi hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3, 13-17)

Con el domingo del Bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad. La fiesta de hoy es como un recordatorio del Bautismo que un día recibimos, y nos trae a la memoria nuestro nacimiento como hijos de Dios. El Bautismo no es sólo un acto de socialización dentro de la comunidad ni solamente de acogida en la Iglesia. Los padres esperan algo más para el bautizando: esperan que la fe, de la cual forma parte el cuerpo de la Iglesia y sus sacramentos, le dé la vida, la vida eterna (Benedicto XVI). Ésta es la finalidad del Bautismo, pues inserta en la comunión con Cristo, y sólo Cristo es el camino para alcanzar la verdadera vida, la felicidad sin fin del cielo.

Es el primero de los Sacramentos y recibe varios nombres: Puerta de los sacramentos, ya que sólo la persona bautizada puede recibir los otros sacramentos; Puerta de la Iglesia, pues por él nos incorporamos a la Iglesia de Cristo. Pero el nombre más conocido es precisamente el de Bautismo, y recibe este nombre en razón del rito central con el cual se celebra: bautizar significa sumergir en el agua; quien recibe el Bautismo es sumergido en la muerte de Cristo y resucita con Él como una nueva criatura.

Iniciamos con este domingo el Tiempo Ordinario. La Iglesia lo inaugura con la «fiesta del Bautismo del Señor». La razón se desprende de lo que S. Pedro proclamó, al querer resumir la misión realizada por Jesús. Lo escuchamos hoy en la segunda Lectura«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Sí, Jesús vino para liberar, como rey mesiánico, a los subyugados por el mal. Y el bautismo marcó el momento en que fue investido, con la potencia del Espíritu de Dios, para poder realizarlo. También nosotros fuimos bautizados e integrados en la Iglesia, como hijos de Dios. Y después recibimos también ese mismo Espíritu en la confirmación para poder secundar su misión en la Iglesia de Dios.

Este domingo inicia, pues, ese tiempo fuerte en el que compenetrarnos cada vez más, de domingo en domingo, con el que «pasó haciendo el bien y liberando de toda opresión», que es también la misión confiada por Jesús a sus discípulos. Como nos narra hoy el Evangelio, cuando llegó el momento de dar comienzo al encargo de su Padre Dios, «marchó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara». La reacción del Bautista es de estupor. Él, que lo reconoce como el Mesías que viene a salvar, no lo podía entender. Por eso, «intentaba disuadirlo, diciéndole: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”». Jesús le cortó en seco: «Déjate ahora de eso, porque es así como debemos cumplir lo que quiere Dios». Es verdad que en Jesús no hay pecado alguno que limpiar. Pero Jesús tenía muy claro que no había venido para condenar, sino para salvar a los oprimidos por el pecado. Él había asumido una humanidad en la condición mortal dejada por Adán. Se siente así parte de una humanidad pecadora que, anhelando la salvación, acude a recibir el bautismo como signo de conversión. Con su ejemplo de humildad, Jesús quiere mostrar públicamente su solidaridad con los pecadores.

Juan Manuel Pérez Núñez,
Sacerdote Diocesano y Delegado Diocesano para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado

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