Mateo 5, 13-16.
Luz del mundo y sal de la tierra, ahí es nada. En un tiempo en que tantas luces deslumbran y confunden, en que las nuevas moralidades y sus dobles nuevas moralidades confunden y crean nuevos fanatismos que se autojustifican en antiguos fanatismos. Justo en este tiempo vuelve a resonar la invitación a ser luz y sal. Brillar con la luz de Dios. Trabajar para cambiar el mundo en la dirección del amor, la ternura y la justicia de Dios. Una ingente tarea con compete a toda la Iglesia. Si hemos entendido algo del viento de sinodalidad que corre por la Iglesia de hoy es precisamente el tomar conciencia de que la tarea es común a todos, nadie está exento de la responsabilidad que este domingo Jesús pone en manos de sus discípulos más cercanos y en manos de todos los que le seguimos.
Por si fuera poco, el final del texto nos deja claro cómo hacerlo, a veces tenemos la tentación de brillar con luz propia, volvernos centro de atención por nuestro compromiso y entrega, cuando el objetivo es que seamos transparencia de Dios, si somos objeto final de la atención y el agradecimiento igual algo no estamos haciendo bien. Lo había dicho Juan, el Bautista, que él crezca y yo disminuya (Jn 3, 30).
Rafael Benítez Arroyo, sacerdote diocesano y delegado diocesano de medios de comunicación.