La capilla del Seminario Diocesano acogía, la tarde del 30 de septiembre, la Santa Misa de Espíritu Santo presidida por Mons. Santiago Gómez Sierra, obispo de Huelva, concelebrada por el vicario general, D. Emilio Rodríguez Claudio, el rector del Seminario Diocesano, D. Juan José Feria Toscano, el director espiritual del Seminario Diocesano, D. Juan José Alamillos Romero, el director del Instituto Teológico, Mons. Cristóbal Robledo Rodríguez, el decano de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, D. Manuel Palma Ramírez, y otros sacerdotes de la diócesis que quisieron expresar su afecto y compañía al Seminario y al Instituto Teológico. Del mismo modo, profesores, alumnos, familiares de los seminaristas, autoridades civiles y representantes de instituciones religiosas y culturales de Huelva se hicieron presentes en la celebración religiosa y el acto académico posterior.
La formación teológica al servicio de un movimiento verdaderamente misionero
En su homilía, Mons. Santiago Gómez exhortó a la comunidad del Seminario y del Instituto Teológico a crecer en un talante verdaderamente misionero, con realismo frente a la sociedad actual y a la cultura de la increencia, recogiendo las palabras del papa San Juan Pablo II en la exhortación apóstólica postsinodal Ecclesia in Europa, de rabiosa actualidad: «Muchos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. En muchos, un sentimiento religioso vago y poco comprometido ha suplantado a las grandes certezas de la fe» (EE, 47). «No hemos logrado despertar un movimiento realmente misionero con sus exigencias personales, comunitarias, misioneras y pastorales», continuaba diciendo indicando la importancia de la formación teológica para tener claridad de ideas sobre qué significa evangelizar que no lleven a censurar nuestra propia identidad cristiana católica. «Cada religión y aún cada persona puede recibir la influencia de Jesucristo por los caminos insospechados del Espíritu y el designio de Dios que quiere la salvación de todos los hombres, pero nuestra responsabilidad es ser misioneros en nuestra tierra, ayudando a vivir no en nuestra verdad, sino en aquel que es la Verdad, Jesucristo», prosiguió, invitando a releer el documento Dominus Iesus al cumplirse los veinticinco años de su publicación.
A la conclusión de la homilía tuvo lugar la Profesión de Fe y Juramento del nuevo profesor del Instituto Teológico, el licenciado Juan José Feria Toscano, que se añade como profesor extraordinario al área de Dogmática.





Afrontar el desafío del «saber»
A continuación, el aula magna del Instituto Teológico acogió el acto académico que se iniciaba con las palabras del Rector, D. Juan José Feria, dando la bienvenida a los presentes, recordando la importancia del Seminario Diocesano para la vida de la diócesis y pidiendo oraciones por las vocaciones al sacerdote, anunciando la entrada de cuatro nuevos seminaristas, con lo que la comunidad del Seminario cuenta este curso con catorce seminaristas y dos diáconos culminando su etapa de formación pastoral.
Seguidamente, el decano de la Facultad de Teología de San Isidoro de Sevilla, D. Manuel Palma, dirigió unas palabras en las que quiso subrayar el vínculo de la facultad con nuestro instituto: «En el oratorio Gaudete et Exsultate, que acompaña la vida espiritual de nuestra Facultad, nos preside el mural en el que aparecen san Leandro y su hermano san Isidoro sosteniendo juntos un único báculo episcopal. […] El báculo compartido remite al pastoreo conjunto, a la misión común, y para nosotros es también signo del vínculo que une a la Facultad y al Instituto Teológico en un mismo horizonte de fe, docencia e investigación. […] Al iniciar este curso, pidamos la gracia de vivir nuestro trabajo con la misma pasión con que los Padres de la Iglesia iluminaron a sus comunidades: buscando siempre la verdad, cultivando la fraternidad y siendo instrumentos de comunión».
Por su parte, el director del Instituto Teológico San Leandro, D. Cristóbal Robledo, tras saludar a las autoridades y a todos los presentes, expresó la ilusión seguir creciendo como institución docente al servicio de la Diócesis de Huelva, consolidando sus propuestas formativas y apostando por la calidad educativa. «Queremos afrontar el desafío del “saber” trasladando a nuestros alumnos el gusto y el anhelo por el conocimiento teológico y todo lo relacionado con el misterio de Dios y de la salvación». Así confirmó la disponibilidad del Instituto, al servicio del Seminario y de todas las Delegaciones diocesanas para «colaborar en una formación cualificada de los futuros sacerdotes de nuestra diócesis, profesorado de religión y de todos los agentes de pastoral, así como de aquellos laicos que desean adquirir un mayor compromiso cristiano desde el conocimiento teológico».



Anunciar a Jesucristo como nuestro Salvador
Al concluir su saludo, el director presentó al profesor D. José Arturo Dominguez Asensio, doctor en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana de Roma y miembro del claustro del Instituto Teológico San Leandro, encargado de la lección inaugural titulada «1.700 años después del Concilio de Nicea». En su magistral exposición el ponente explicó, en un primer momento, el contexto histórico y las causas teológicas que llevaron a la convocación del Concilio de Nicea, desarrollando con suma pedagogía el contenido de la herejía arriana que negaba la divinidad de Jesucristo. De este modo, tomando el esquema del segundo artículo del Credo -Símbolo Nicenocostantinopolitano-, explicó, en un primer momento, las expresiones que explicitan el sentido del origen divino de Jesús, interpretándolo frente a los errores de Arrio; y, en un segundo momento, la historia de la salvación como el deseo de Dios de hacer partícipes de su vida a los hombres a través y por medio de hechos que pueden ser enmarcados en las coordenadas de espacio y tiempo: nacimiento de Jesús, vida oculta, predicación en Galilea, pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo. «La conexión con la parte anterior es clara, pues sólo si el Hijo es Dios y su encarnación es real y verdadera, sólo entonces, puede atribuirse fuerza salvífica a los hechos constitutivos de los mysteria vitae Christi«.
En un segundo momento, el profesor quiso hacer balance de la significación para la historia de la Iglesia del acontecimiento que supuso el Concilio de Nicea: la confesión cristológica de Nicea, primera definición dogmática de la Iglesia y el texto eclesial de mayor autoridad hasta hoy; y cómo este Concilio muestra cómo el acceso a la verdad pasa por la Iglesia, presidida por el colegio de los sucesores de los apóstoles. Prosiguió hablando sobre la conflictiva recepción del Concilio y la decidida defensa de los santos padres, comenzando por San Atanasio, continuando por los tres grandes Capadocios -Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa- y concluyendo con San Leandro, testigo de la caída del arrianismo en España sellada en el concilio III de Toledo (589) con la conversión de Recaredo y los visigodos al catolicismo.
Quiso concluir el profesor afirmando que «la celebración de los 1700 años del concilio de Nicea recuerda a la Iglesia el sentido de su existencia y de su misión. No es la de anunciarse a sí misma, sino anunciar a Jesucristo como nuestro Salvador. Como dice el Documento de la CTI, proclamar a Jesús como nuestra salvación requiere ante todo dejarnos asombrar por la inmensidad de Cristo, para que todos puedan arder de amor por él».
Homilía del Obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra
Memoria de San Jerónimo. Huelva, 30 de septiembre de 2025
Hermanos y hermanas, amados por el Señor:
Nos congregamos hoy en el inicio de este nuevo curso académico, bajo la luz del Espíritu, celebrando la memoria de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, modelo de amor a la Sagrada Escritura. Su búsqueda teológica brotaba del amor a Jesucristo. Decía él mismo: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”. Por eso buscaba entender, explicar y transmitir la fe desde la Palabra de Dios que nos ha sido revelada.
En la primera lectura, San Pablo exhorta a Timoteo a permanecer fiel a la enseñanza recibida, a no dejarse arrastrar por modas o doctrinas vacías. San Jerónimo pasó años enteros en el estudio de las lenguas originales, no por capricho filológico, sino para escuchar con más claridad la voz del Señor.
También nosotros podemos caer en la tentación de leer la Palabra de Dios como un texto antiguo, como si necesitáramos “salvarla” de sus imperfecciones. Pero es la Palabra hecha carne, que conocemos en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia, la que nos salva a nosotros, no al revés. San Jerónimo se dejó moldear por la Palabra. El texto de San Pablo nos recuerda que la Escritura es útil “para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la justicia”. No es un libro muerto, sino una palabra viva, que forma al hombre de Dios y al misionero.
En el Evangelio, Jesús dice que: “Todo escriba instruido en el Reino saca de su tesoro lo nuevo y lo antiguo”. Este es el perfil del verdadero teólogo y estudiante de teología: no el que se queda atrapado en lo antiguo ni el que persigue novedades vacías, sino el que sabe discernir con sabiduría, sacar luz de la Palabra de Dios para iluminar el presente.
Hoy, en la apertura del curso académico, esta parábola es también un programa: como comunidad académica eclesial estamos llamados a formar hombres y mujeres que comprendan su fe, la vivan, y la anuncien con claridad en un mundo marcado por la confusión y la indiferencia.
Un Instituto Teológico y un Seminario diocesano misioneros. Resulta imprescindible que la Iglesia se sitúe con realismo en la sociedad actual, y forme a los futuros sacerdotes, a los religiosos y a los laicos que necesita para afrontar la situación cultural que vivimos. La incredulidad, la indiferencia religiosa se han extendido y casi normalizado en nuestra sociedad. Hoy, como dijera San Juan Pablo II: “Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero en realidad no lo conocen. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera. Se repiten los gestos de la fe, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. Un sentimiento vago y poco comprometido ha suplantado las grandes certezas de la fe.” (San Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 2003, 46 y 47)
Mi impresión es que todavía no hemos logrado despertar un movimiento auténticamente misionero, con clara conciencia de sus exigencias personales y comunitarias, espirituales y pastorales.
Con frecuencia, los problemas cotidianos nos hacen olvidar el problema fundamental, que es el abandono de la Iglesia real con la consiguiente descristianización de muchos, que siguen considerándose cristianos.
Tenemos que aprender a vivir mejor como seminaristas, religiosos y laicos de una Iglesia verdaderamente misionera.
Con ideas claras sobre lo que es evangelizar.
Algunas sensibilidades y grupos cristianos están muy preocupados por no molestar a los no creyentes, dispuestos a seleccionar las convicciones doctrinales o morales cristianas según la opinión de los que no creen. Si nos censuramos a nosotros mismos, pronto perderemos nuestra identidad. Además, actuar así es un modo encubierto de apostasía de la fe revelada.
Todavía debilitan más el interés evangelizador, quienes consideran como un bien en sí mismo el pluralismo religioso y atribuyen indistintamente un verdadero valor salvífico a todas las religiones, incluido el cristianismo como una más. En esta hipótesis ya no hay razón para que el Evangelio llegue a todos los hombres.
Sin embargo, la verdadera doctrina y praxis de la Iglesia nos enseña que los cristianos tenemos que anunciar a nuestros hermanos cuanto antes y del mejor modo posible, la verdad de Jesucristo como único camino para recibir el perdón de los pecados y alcanzar la vida eterna.
Otros posibles caminos de salvación, como las religiones no cristianas u otras creaciones culturales o filosofías, no debemos entenderlos como caminos paralelos, sino como caminos preparatorios, deficientes y convergentes. Cada religión, y aun cada persona, puede recibir la influencia salvadora de Jesucristo de diferentes maneras, ya sea por los caminos de la historia y de las influencias culturales, ya sea por los caminos invisibles y misteriosos del Espíritu de Dios que llega a todas partes por la voluntad universal de Dios que quiere la salvación de todos los hombres, en Cristo y por Cristo.
Así podemos presentar el cristianismo no como lo opuesto a lo que ellos piensan, no como la negación de su posible religión o de sus convencimientos, sino como el esclarecimiento y la consumación de toda la verdad y todo el bien que pueda haber en su camino, en sus ideas, en sus convicciones, en sus deseos y esperanzas. Nos haría bien releer el Documento Dominus Iesus, cuando se cumplen veinticinco años de su publicación.
Seamos misioneros en nuestra tierra en una clara comunión con la fe de la Iglesia, transmitida por la Escritura y la Tradición, interpretada legítimamente por el Magisterio. Sabiendo que nuestro lema como cristianos no es “dominar”, sino “ayudar a vivir en la verdad”. No en nuestra verdad, sino en la verdad de Jesús, en la verdad de Dios.
El seminario y el Instituto como escuela de discípulos y apóstoles.
La fidelidad del futuro sacerdote y del laico comprometido con la misión de la Iglesia no es solamente una fidelidad doctrinal, teórica, se trata también de una fidelidad vital, integral, sin la cual el mensajero no es capaz de entender la sabiduría evangélica ni puede tampoco anunciarla.
La fidelidad es fruto del amor: “el que me ama se mantendrá fiel a mis palabras” (Jn14,23)
Para poner nuestras iglesias en trance de evangelización, necesitamos renunciar a nuestras comodidades, sacudir nuestras rutinas, alcanzar el fervor. Es preciso que salgamos del conformismo y de la espiritualidad de mínimos. Necesitamos levantar una ola de fervor y de entusiasmo evangélico.
Hay que superar la lógica del “mínimo necesario” para entrar en la lógica del amor generoso, que es la lógica del “máximo posible”, la lógica de quienes ponen su vida en manos de Dios y de su Iglesia. Estamos llamados a ofrecer a nuestros hermanos la alternativa de un mundo con Dios, construido desde la fe. Para ello tenemos que vivir alimentándonos de lo que son las fuentes de la vida de la Iglesia: oración, lectio divina, y sacramentos.
Que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, sea nuestra ayuda en este curso que empezamos.