Así podríamos llamar a esta centuria que ha pasado desde aquel día 30 de mayo de 2019 en que un rey de España materializó la consagración de la nación al Sagrado Corazón de Jesús en El Cerro de los Ángeles. Ahora, el domingo 30 de junio, en el mismo lugar, los obispos de la Iglesia que camina en España, junto con todos los fieles que se unirán a los mismos, renovarán esta consagración de la Patria, la tierra de los padres que nos enseñaron la fe en Jesucristo.
Consagrar: hacer sagrado a alguien o a algo. Por el bautismo somos consagrados, somos “hechos sagrados”, en definitiva, somo hechos templos de la Santísima Trinidad. Esa es nuestra verdadera consagración, nuestra dedicación a Dios. Consagrarse al Sagrado Corazón es, desde nuestra voluntad, dedicarle nuestro corazón, nuestra vida, en definitiva renovar aquella primera y definitiva consagración bautismal, para que Jesús sea todo para nosotros.
Renovar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús es renovar, cien años después, siendo conscientes de que la realidad española es muy distinta, la dedicación de España a Jesús, para que Él reine. Que Cristo reine es lo mismo que Cristo sirva, porque servir es reinar, y de esa manera reina Cristo. Consagrar España hoy es poner a Cristo en el centro, sabiendo que tantas personas son indiferentes a su mensaje, que muchos no lo conocen. Consagrar España al Corazón de Cristo hoy es querer que reine en la convivencia pacífica de los españoles, en el respeto, en los esfuerzos compartidos por hacer una sociedad más justa, más humana, más sensible al sufrimiento de los pobres. Consagrar España hoy es poner a Cristo en el centro de la sociedad traduciendo en obras de misericordia el compromiso que nace de toda consagración, porque fijarse en el Corazón de Jesús es recordar constantemente los beneficios de su amor para con nosotros y actuar como testigos del mismo.
Cien años de una consagración, ni más ni menos, es celebrar cien años de un Corazón pendiente de nosotros, que sigue diciendo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”, es seguir experimentando las palabras de Jesús: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”. Es el cumplimiento de la profecía de Jeremías: “Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”, o “Con amor eterno te amé, por eso, prolongué mi misericordia”.
Como decía el Papa Bendicto XVI: “Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas” (Homilía, junio 2009). Eso, en definitiva, conlleva consagrarse al Corazón de Jesús, hacernos un don para el prójimo, ¿qué mejor mensaje para la España de hoy que amarnos como Él nos ha amado?
Cien años experimentando aquello que dijera el poeta: “Anduve de puerta en puerta/ cuando a vos no me atreví;/ pero en ninguna pedí/ que la hallase tan abierta”. El Amor del que tanto nos ha amado nos hace, una y otra vez repetir, y especialmente en este Centenario: ¡Sagrado Corazón, en Vos confío!
Juan de Robles