Queridos hermanos y hermanas:
El Santo Padre, nuestro querido Papa Francisco, nos ha concedido un Año Jubilar con motivo del Centenario de la Coronación canónica de nuestra Madre, la Virgen del Rocío. Iniciamos, pues, un tiempo de gracia para crecer en nuestra vida cristiana. El lema de este año es “Reina del Rocío: caminar con María hacia Cristo”. Este lema es como un faro que nos ayudará a profundizar y dar sentido a todos los actos en los que participemos: romerías, peregrinaciones, visitas a la Virgen, sea en el Santuario o en la Parroquia de Almonte, donde podremos obtener las gracias del Jubileo.
En este sencillo mensaje que os ofrezco pretendo ayudaros a cumplir los requisitos para alcanzar la indulgencia plenaria –confesión, Credo, oración por la Iglesia y celebración de la Eucaristía– a la luz del lema de este Año. Contemplamos a María como Reina, coronada por Dios con la corona de gloria que no se marchita y coronada por el cariño de sus fieles que la acogen como Madre y como Reina de sus corazones. Con Ella queremos caminar hacia el encuentro con su Hijo, el Pastor divino, el único Salvador del mundo.
Caminar:
La vida siempre es un camino. O mejor, una encrucijada de caminos. Nos preguntamos constantemente por dónde ir, cómo acertar, dónde está el camino que nos lleva a la felicidad auténtica. Decía San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”. En este caminar hay avances y retrocesos, hay caídas y tropiezos; hay cansancios y desánimos… A veces hacemos el camino guiados por los mandatos de Dios y a veces en la oscuridad de nuestros egoísmos experimentando nuestra debilidad y la necesidad de purificar nuestras almas.
En este año jubilar la peregrinación al Rocío se convierte en una invitación a realizar un camino de purificación. Tomamos conciencia de nuestros errores y de nuestras miserias, pero también de la misericordia de Dios que nos perdona siempre y nos da la oportunidad de nacer de nuevo.
Recordemos al hijo pródigo que recapacitó y se dijo: me levantaré y me pondré en camino hacia mi Padre. Contemplemos el costado abierto del Señor como manantial que purifica todo lo que toca. Sus heridas nos han curado. Caminemos con esta confianza y dejémonos renovar por la gracia de Dios. Redescubramos la alegría de llamar Padre a Dios y reconozcamos que la sangre de Cristo, derramada por nosotros, nos da nueva vida.
Vivamos también la peregrinación jubilar como un camino de reconciliación con los hermanos. Muchas veces en el camino de la vida aparecen divisiones y conflictos, que nos separan de nuestros prójimos. Si estas divisiones se enquistan, anidan en nuestros corazones el odio y el rencor. En ocasiones, estos problemas entre nosotros proceden de injusticias y explotación de los hermanos más débiles, generando una sociedad tensa y deshumanizada. El año jubilar en la historia de la Salvación siempre es una llamada a reconstruir nuestras relaciones humanas de acuerdo con el plan de Dios sobre nosotros: hacer de la humanidad una auténtica familia reconciliada en el amor fraterno y en la paz, compartiendo los dones que Dios nos ha regalado a todos para que vivamos en las alegría.
Si caminamos con este deseo de purificación y reconciliación, podremos celebrar el Sacramento de la Penitencia, como abrazo del Padre que nos permite comenzar de nuevo una vida llena de alegría en Cristo. Así se vive auténticamente la gracia del jubileo y así se mostrarán los auténticos valores del Rocío: la alegría y la fraternidad.
Con María.
Este camino lo hacemos siempre con María, acompañados por su maternal protección y deseosos de llegar a su casa, nuestra casa, para disfrutar de su presencia para contarle nuestras cosas y para descansar en Ella nuestras preocupaciones, cumplirle nuestras promesas y sentir el consuelo de su mirada que nos acaricia.
Estando con Ella aprendemos de Ella. ¿Qué necesitamos hoy aprender del ejemplo de tan buena Madre? Necesitamos aprender a creer. Ella es la mujer creyente por excelencia. A Ella le dijo su prima Isabel: “Dichosa porque has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Caminemos con María conscientes de la crisis de fe que vive nuestro mundo y que nos afecta a todos. Necesitamos decir lo mismo que aquel hombre que tenía un hijo enfermo y le suplicó al Señor: “Creo Señor, pero aumenta mi fe”. Que la Virgen María nos acompañe en esta petición y podamos ser creyentes como Ella, que se mantuvo siempre fiel a Dios en medio de las pruebas: la pobreza, el destierro, la Cruz de su Hijo.
Caminar con María es caminar con la Madre de la Iglesia. Ella está siempre unida a su Hijo y a los discípulos de su Hijo, que nos la regaló como Madre. Estar con María es aprender a ser Iglesia, a ser comunidad. Ella abre nuestros oídos a lo que su Hijo nos dice: “que sean uno para que el mundo crea”. Vivimos una profunda crisis de individualismo, que nos lleva a la indiferencia hacia nuestros hermanos y a olvidarnos de la dimensión comunitaria de nuestra fe. María nos enseña que la Iglesia es nuestro hogar. Si no descubrimos este hogar vivimos en la intemperie y nos perdemos.
Para obtener la gracia jubilar la Iglesia nos pide que recitemos el Credo y oremos por las intenciones del Papa. Con María pronunciemos las palabras del Símbolo de nuestra fe y unámonos al Sucesor de Pedro, cuya misión es custodiar la fe y la unidad de la Iglesia.
Hacia Cristo.
Todo buen camino conduce a una buena meta. Mientras avanzamos por el camino le rezamos a la Virgen: “Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Muéstranos a Jesús porque la meta del camino es Él: el Buen Pastor, que la Virgen nos muestra entre sus manos como un niño.
A veces el camino se hace difícil y necesitamos un guía. Cristo, como Buen Pastor, va con nosotros, por eso podemos decir: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. Cristo es camino y meta porque siguiendo sus pasos encontramos el camino de la vida. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
La Virgen María nos acompaña al encuentro con Cristo, la perla preciosa y el tesoro por el que vale la pena dejarlo todo. San Pablo en el camino de Damasco, cuando perseguía a los cristianos, se encontró con Cristo resucitado. Después de este encuentro, decía: “Todo lo considero pérdida comparado con el conocimiento de Cristo, mi Señor”.
Avancemos siempre hacia Cristo, crezcamos como discípulos suyos, alimentándonos con la Eucaristía. Cristo se hace alimento por nosotros y nos ofrece su Cuerpo como Pan de Vida. El que come su carne habita en Él, nunca está solo. Redescubramos a Cristo como compañero de camino. Él nos ayudará a superar otra crisis que afecta a nuestra sociedad: la soledad y la falta de sentido. Con Él todo se ilumina porque Él es la luz del mundo. Y Él nos abrirá los ojos para que sepamos ser compañeros — que significa los que comparten el pan– de los pobres y necesitados que encontremos en las cunetas de la vida o al margen del camino.
Para obtener la gracia jubilar hemos de celebrar y participar de la Eucaristía, encuentro y comunión con Cristo. Quiera Dios que no sólo la celebremos con motivo de la peregrinación, sino que pongamos la Eucaristía en el centro de nuestra vida cotidiana. Con afecto os bendigo.
✠ José Vilaplana BlascoObispo de Huelva