El 8 de febrero se celebra el VII Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas. Este año bajo el título ‘Economía sin trata de personas’.
Un lema vinculado con la encíclica del Papa Fratelli Tutti, que aporta el marco propicio para sentar las bases de un sistema económico justo y sostenible, donde no haya lugar alguno para la trata de personas.
El Papa convoca esta Jornada desde el año 2015 y eligió el día en el que se recuerda la memoria litúrgica de Santa Josefina Bakhita, la religiosa sudanesa que padeció durante su vida los sufrimientos de la esclavitud.
‘El grito silencioso de las víctimas de la trata’, artículo de Emilio J. Muñoz Jorva, director del Secretariado Diocesano de Migraciones:
La Iglesia renueva cada año, en este día, su firme llamamiento para que la dignidad de cada persona sea tutelada, en el respeto de los derechos fundamentales, como subraya su Doctrina Social, que aboga para que los derechos se amplíen allí donde no son reconocidos, a millones de hombres y mujeres en todos los continentes. Todos somos una sola familia humana. Y la atención de la Iglesia se manifiesta con especial ternura hacia los que se ven, como Jesucristo, obligados a huir (lema de la última Jornada Mundial del Migrante y Refugiado).
“La trata de personas es un acto abominable…, es un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la humanidad en su conjunto” (FT.24)
Según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), millones de personas son víctima de trata en todo el planeta. Bandas organizadas trafican con seres humanos por diversos motivos, y aunque la trata con fines sexuales sea la más conocida y común, otras como los trabajos forzados, la mendicidad infantil, la venta de órganos y otros métodos no se quedan atrás, compraventa de personas desposeídas de su dignidad para ser utilizadas como mera mercancía. La explotación, sumada a violencia, brutalidad y coerción empleadas por los explotadores están detrás de tanto sufrimiento, centrado en la limitación total en la voluntad de las víctimas.
El empobrecimiento y los conflictos armados en países que viven en una situación de opresión e inestabilidad político-social provocan el aumento de la vulnerabilidad de las personas, que pueden ser susceptibles de ser víctima de la trata. En situaciones desesperadas, con un insuficiente acceso a los recursos básicos, en una situación de inseguridad y con las libertades restringidas, los grupos armados u otros criminales tienen al alcance de su mano la oportunidad para traficar con personas.
Según ACNUR, no todas las víctimas de trata son refugiados, pero el riesgo de convertirse en víctima aumenta si se es refugiado. “En contextos de trata, muchas víctimas tienen temor de ser estigmatizadas o deportadas por parte de las autoridades, o de sufrir represalias por parte de sus tratantes en caso de que denuncien que están siendo víctimas de tráfico”.
Según denuncia el último informe global sobre la trata de personas elaborado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), las mafias actúan con impunidad en grandes áreas del mundo. Además la plaga del tráfico de seres humanos afecta, cada vez a más niños y niñas, -casi un tercio de las personas víctimas de trata-, involucrados en las peores formas de explotación. Y lo peor, según señala este último informe, es que se ha triplicado el número de niños y niñas entre las víctimas de trata en el mundo. En numerosas ocasiones se habla del tráfico de personas como de la nueva esclavitud, la esclavitud del siglo XXI.
La trata de personas es uno de los delitos que mueve mayor cantidad de dinero en todo el mundo, tras el tráfico de drogas y de armas, según informaba la Policía Nacional en 2019. En Europa estos grupos criminales obtienen unos beneficios que superan los 2.500 millones de euros al año, según la UNODC. Los datos publicados por el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO), del Ministerio del Interior, evidencian que en España más de 10.000 personas fueron detectadas en ese año en una situación de riesgo en el ámbito de la prostitución, así como unas 13.000 personas en centros de actividad laboral irregular.
Cabe destacar que se estima que más de dos tercios de las víctimas no se detectan. Todo esto exige un enfoque desde la visión de la fraternidad humana para abordar la trata de personas, lo que implica una estrecha coordinación entre organismos gubernamentales y otras organizaciones nacionales e internacionales en un amplio despliegue de actividades y medidas concretas.
Muchas son las Comunidades cristianas que desarrollan una importante tarea en la detección, denuncia y acompañamiento, muy sensibles ante tantos hermanos afrentados por tantas heridas que marcan su existencia: violencia, abuso, lejanía de sus familiares, eventos traumáticos, la fuga de casa, la incertidumbre sobre el futuro en los campos de refugiados. Todos éstos son elementos que deshumanizan y tienen que empujar a todo cristiano y toda la comunidad a una atención concreta.
Francisco nos invita a acoger a todas las personas forzadamente desarraigadas, “a la luz de la esperanza”.
En relación a este fenómeno genocida el Santo Padre hizo un llamamiento para que la Comunidad Internacional interviniera “con iniciativas eficaces y nuevos enfoques… para proteger la dignidad de tantas personas, mejorar su calidad de vida, y enfrentar los desafíos que surgen de las formas modernas de persecución, de opresión y de esclavitud, …de las víctimas de la trata aplicando el mandamiento de la caridad que Jesús nos ha dejado, cuando se ha identificado con el extranjero, con el que sufre, con todas las víctimas inocentes de la violencia y la explotación”.
Hagámonos eco de la dramática realidad de la trata de personas, un atentado contra la dignidad humana. Visibilicemos el sufrimiento de las personas que son objeto de trata desde el respeto a las víctimas, pongamos luz a esta realidad, para que se vea y duela, pongamos oído y corazón como si de nosotros, o de los nuestros se tratara, que lo son. Porque “para la Iglesia nadie es un extraño, nadie está excluido, nadie está lejos”. El grito silencioso de las personas que son objeto de trata debe ser escuchado y atendido.