Seguimos en el camino cuaresmal, escuchando en este III Domingo de Cuaresma el primer encuentro de Moisés con el Dios de su pueblo (cf. Éx 3,1-8a.13-15). Moisés, sensible al dolor de su gente, fugitivo por vengar a un esclavo hebreo asesinado (Éx 2,11-25), ahora comienza a comprender por qué ha llegado hasta allí y cuál es el proyecto de Dios para él y, sobre todo, para su pueblo.
La idea de que Dios se presenta en un fuego era común y continúa siéndolo en el mundo bíblico (cf. Hch 2,3). El fuego tiene la capacidad de transformar lo que toca, ya sea de manera positiva y controlada (cocinar alimentos, transformar el barro en cerámica, calentar en las noches de frío), ya sea por su acción destructiva y purificadora al reducir la materia a polvo. El fuego que no se consume atrae a Moisés, extrañado y asombrado por lo que sucede, mientras que muestra a Dios que domina la situación y el sentido de aquel momento. Se produce el encuentro donde Moisés se tapa la cara, temeroso de ver a Dios, y el Señor muestra que ha contemplado a su pueblo.
El encuentro propicia un rico diálogo, mostrando que es posible hablar cuando se está preparado para escuchar. El proyecto de salvación para el pueblo (Éx 3,7-10) requiere de un protagonista con nombre propio: Dios, el Señor (Éx 3,13-15). El nombre de Dios –unido a los nombres de los patriarcas−, revelan el carácter, recuerdan la promesa y anticipan la Alianza: lo que Dios revela es su decisión de estar con su pueblo y acompañar a Moisés en la gesta de liberación.
El encuentro del Señor con Moisés y el conocimiento de la historia de salvación del pueblo de Israel muestran constantemente la “paciencia” de Dios. La paciencia indica que es necesario esperar y confiar, porque los ritmos y tiempos del otro no son los míos. El ritmo de la higuera de la parábola del evangelio (Lc 13,1-9) no es el esperado, ¿acaso todos crecemos al mismo tiempo? ¿Los árboles fructifican cuando yo lo necesito? ¿No han tenido paciencia con nosotros a lo largo de nuestra vida?
La Iglesia necesita ser paciente, como Dios lo es con cada uno de los creyentes. Los ritmos, los tiempos y los frutos en cada uno no son una ciencia exacta. Ciertamente, el camino es uno ‒Jesucristo‒ y caminamos en comunidad ‒la Iglesia‒, por tanto nunca estaremos solos, nunca perderemos la esperanza. Probablemente la paciencia no sea más que comenzar a vivir la esperanza: el paciente es aquel que sabe esperar, confiar, amar.
La higuera de la parábola, como Moisés o Abrahán plantean un interrogante: si Dios quiere la salvación de todos los hombres ¿cómo es que se dirige a uno solo, Moisés? ¿No debería el Señor mostrarse igualmente accesible a todos? La respuesta requiere que comprendamos que el plan de Dios sobre la humanidad es universal, pero ante todo, concreto. Hay muchas higueras, pero la de la parábola es única; hay muchos Moisés, pero Dios se fija en un uno para liberar a todo el pueblo.
En medio de la sociedad que camina sin pastor, Moisés sigue pastoreando al rebaño; inmersos en la cultura del ruido, Dios sigue llamando y Moisés respondiendo “aquí estoy”. Cuando muchos no quieren esperar ni tres segundos, la paciencia de la parábola invita a esperar tres años; cuando se quiere ocupar cada rincón, se respeta el lugar de la higuera, es más, se cava alrededor y se le echa estiércol. No puede ser de otra forma: de los diamantes no nace nada; del estiércol crecen las flores.
Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano