Todo tiempo es tiempo de gracia. Todo tiempo es una nueva oportunidad de Dios para algo nuevo, único e irrepetible.
Acabamos de clausurar este tiempo jubilar con motivo del primer centenario de vida de la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.
Personalmente para mí, ha sido un seguir adentrándome dentro mi propia vocación eucarística reparadora, para dar gracias:
– A Dios por haberme llamado a vivir este carisma.
– A las hermanas que iniciaron este camino congregacional, a las hermanas que lo seguimos construyendo hoy, y a quienes seguirán la antorcha en el futuro.
– A tantas personas de distintos lugares y con distintas circunstancias que, a lo largo de estos años de vida, nos hemos encontrado en el camino y juntas hemos intentado ser mejores personas y conocer un poquito mejor al Dios de la Vida y el Amor, presente entre nosotros. De todos he aprendido algo bueno. El abanico de personas es innumerable: de España, Argentina, Perú, Venezuela… países donde transcurrieron mis años y de donde guardo gratos recuerdos, con sus sombras y sus luces.
Hemos vivido este primer centenario, sin lugar a dudas, no como habíamos soñado. Pero sí, como Dios lo tenía dispuesto y preparado para nosotras desde toda la eternidad.
La pandemia del Covid-19 ha estado presente en estos dos años y golpeándonos muy fuerte. En un primer momento te contrarías porque se te vienen abajo todos los esquemas…, pero después hay que empezar a sacar consecuencias y descubrir que Dios está “escribiendo derecho con renglones torcidos”, aparentemente para nosotros… Y Dios sigue en medio de todo este desconcierto escribiendo su historia de amor, con Nazaret, con cada una de las que lo formamos, con los que le conocerán a través de nosotros y con toda la humanidad.
La Eucaristía es presencia, es cercanía, es amor, es paciencia, pobreza, gratuidad y humildad…, tanto que muchas veces nos puede pasar casi desapercibida…
Y Dios nos ha dado una nueva lección: palpando nuestra propia fragilidad y pobreza, hemos podido ser más conscientes de “hasta dónde ha querido abajarse él para llegar hasta nosotros”…
He descubierto, una vez más, que Dios se hace presente desde la pobreza humana y personal; desde la pobreza de posibilidades, desde la pobreza de poder hacer cosas a la vista atractivas… En estas circunstancias, Dios me ha dado la posibilidad de descubrirle más a “sólo Él”, sin ropajes, sin multitudes, sin… igual que sigue actuando cada día desde su Eucaristía: sin hacer ruido, con cariño, con acogida, con sencillez…, facilitándonos la vida. Porque Él es la Vida.
Mi sentimiento de gratitud, ante tanta gratuidad como cada instante se me sigue dando, me lleva a repetir una vez más y con pleno convencimiento las mismas palabras de San Manuel: “¡Ay!, abandono del Sagrario, ¡cómo te quedaste pegado a mi alma! Qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse! ¡Qué bien me has dado a entender que ser Misionera Eucarística de Nazaret, no es ni más ni menos que ser una persona elegida y consagrada por Dios para pelear contra el abandono del Sagrario!… para eucaristizar la realidad de donde vivo. Para no cansarme, aunque venga el desaliento y la ingratitud y…, en definitiva, para ir señalando siempre hacia el Sagrario: “¡Ahí está Jesús, ahí está, no lo dejes abandonado!
Gracias a todos los que nos acompañaron y se unieron de mil maneras distintas a nuestra acción de gracias jubilar.
Ana María García,
de la comunidad de Misioneras Eucarísticas de Nazaret en Huelva