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V Domingo de Pascua

Publicado:
11 mayo, 2022
Ilustración: "La Nueva Jerusalén" del Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana (968). Biblioteca Morgan, Nueva York (EE.UU.)

«La novedad de Dios» 

Vivir en la historia significa pertenecer  a la comunidad de hombres y mujeres que nos han precedido, que han “construido la historia”, han hecho las casas, trabajado la tierra, luchado por sobrevivir, amado, esperado, creído. Cada uno sabe por propia experiencia, que es la memoria la que propicia el futuro, el recuerdo el que abre las puertas a la novedad. No hay futuro sin memoria de aquello que ya ha acontecido, sin fidelidad a las propias raíces. Lo que ya ha ocurrido como algo nuevo, como acontecimiento primero o como innovación podrá llegar a ser redescubierto, transformado y renovado. En este domingo contemplaremos cómo ante los mandamientos se propone una Palabra siempre nueva y siempre viva; ante la muerte, la Pascua es la novedad de Dios.

La segunda lectura (Ap 21,1-5a) de este Domingo V de Pascua hace referencia a la novedad de Dios, encarnada precisamente en la nueva Jerusalén. La ciudad santa es el compendio de las esperanzas de Israel, porque pertenece a la memoria común y al recuerdo colectivo del pueblo. A pesar de que la ciudad de Jerusalén ya no tiene el esplendor de otros tiempos, ni cuenta con el Templo (el libro del Apocalipsis fue escrito después del año 70 d.C. y ya había tenido lugar la destrucción del Templo Jerusalén), la «ciudad santa, la nueva Jerusalén» es una imagen capaz de evocar el lugar de la presencia del Señor: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios». 

Jerusalén ha sufrido numerosos asedios, sin embargo, permanece como el símbolo de las promesas de Dios, que no se arrepiente de su palabra y propone, una y otra vez, el sueño de la restauración. Sin embargo, después del momento culminante de la Historia de la Salvación que supone Jesucristo, el Hijo Amado y enviado por el Padre, la restauración de la ciudad sobrepasa la dimensión terrena, deja atrás los elementos del primer mundo y adentra al cristiano en la novedad de Dios: «Todo lo hago nuevo».

Esta novedad se retoma en el evangelio (Jn 13,31-33a.34-35). La gloria ‒«ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él»‒ es la manifestación visible del Dios invisible, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Jesús es presentado por el evangelista Juan como la Gloria del Padre; la Gloria de Dios. De esta manera, el momento de la cruz, no es un acontecimiento de muerte, sino el lugar de la glorificación. 

La relación entre gloria ‒del Padre y del Hijo‒ y amor ‒de Dios y entre los hombre‒ pone de manifiesto que sin Cristo no se puede caminar hacia el hermano, porque la travesía estaría obstaculizada por nuestros prejuicios. Además, el amor del que habla Jesús no es un amor interesado ‒te doy para que me des‒ sino que es un amor gratuito, sin esperar nada a cambio, porque así fue el amor de Jesús: «como yo os he amado, amaos también entre vosotros». 

Este Domingo V del Tiempo de Pascua se propone una palabra nueva, que tiene más de vida y de cambio que de precepto o regla: «que os améis unos a otros». Se trata de una señal, un mensaje, una palabra y una marca. Así conocerán todos que somos discípulos de Jesús, porque nos amamos unos a otros. El amor nunca puede ser viejo: o es nuevo o no es amor. Quizás esta sea la novedad de Dios: el amor eterno y siempre nuevo al hombre; el hombre nuevo que ama al hermano.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano

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