A finales del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, una corriente de piedad eucarística cuyo centro fue la Abadía de Cornillón. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi. La religiosa Juliana de Mont Cornillón, fue la gran promotora de la celebración de esta fiesta.
Pocos años después, en la localidad italiana de Bolsena, se produjo un milagro eucarístico que fue determinante para la universalización de la fiesta del Corpus Christi. Cuenta la tradición que un sacerdote al celebrar la Santa Misa tuvo dudas de la presencia real y sustancial de Cristo en las especies eucarísticas. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre, quedando empapado en seguida el corporal.
El Papa Urbano IV movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia mediante la promulgación de la bula Transituru. El romano pontífice fija la fiesta el jueves después de la octava de Pentecostés, otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.
Según una antigua creencia, el Papa Urbano IV encargó los textos para el oficio de la fiesta del Corpus -la liturgia de las horas- a Santo Tomás de Aquino.
Aunque no desde su origen, pero sí desde muy antiguo se vinculó esta fiesta con la celebración de una procesión pública con el Santísimo Sacramento. Estas públicas manifestaciones de piedad Eucarística se generalizaron a lo largo del siglo XIV. En España se introdujo a través de Cataluña. En el año 1320 se celebró en Barcelona la primera procesión del Corpus Christi. En pocos años se extendió esta práctica litúrgica por toda nuestra patria.
Sobre las procesiones eucarísticas el Concilio de Trento afirma que “muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.”
El actual Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, promulgado a la luz del magisterio del Concilio Vaticano II contempla la celebración de las procesiones eucarísticas.
Así, el Ritual afirma que: “El pueblo cristiano da testimonio público de fe y piedad hacia el Santísimo Sacramento con las procesiones en que se lleva la Eucaristía por las calles con solemnidad y con cantos.”
Dice también el Ritual que: “Entre las procesiones eucarísticas tiene especial importancia y significación en la vida pastoral de la parroquia o de la ciudad la que suele celebrarse todos los años en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, o en algún otro día más oportuno, cercano a esta solemnidad. Conviene, pues, donde las circunstancias actuales lo permitan y verdaderamente pueda ser signo colectivo de fe y de adoración, que se conserve esta procesión, de acuerdo con las normas del derecho.”
El sacramento de la Eucaristía tiene su máxima expresión y centralidad en la celebración de la Misa, por eso el Ritual afirma que: “Conviene que la procesión con el santísimo Sacramento se celebre a continuación de la Misa, en la que se consagre la hostia que se ha de llevar en la procesión.” Adoramos la presencia real de Aquel que se ha hecho presente en la Eucaristía para ser alimento del cristiano. La adoración eucarística —y la procesión del Corpus lo es de forma pública y solemne—se ha de entender en continuidad con la celebración de la Misa.
“Las procesiones eucarísticas se organizarán según los usos de la región, ya en lo que respecta al ornato de plazas y calles, ya en lo que toca a la regulación de los participantes. Durante el recorrido, según lo aconseje la costumbre y el bien pastoral, pueden hacerse algunas estaciones o paradas.” Todo en esta procesión ha de ser signo de nuestra creencia firme en la presencia real y sustancial de Cristo en las especies eucarísticas. Pues el pan consagrado es su verdadero Cuerpo y el vino consagrado es su verdadera Sangre. El ornato externo, el debido decoro y respeto en nuestro procesionar, los cantos y las plegarias, todo debe apuntar a que Cristo va en medio de nosotros. Por eso afirma el ritual: “Los cantos y oraciones que se tengan se ordenarán a que todos manifiesten su fe en Cristo y se dediquen solamente al Señor.”
En este mismo sentido apunta el Ritual: “Utilícense, según los usos de la región, cirios, incienso y palio, bajo el cual irá el sacerdote que lleva el Sacramento.” Los signos externos nos ayudan a introducirnos en el Misterio celebrado y adorado.
La celebración de la Misa que precede a la procesión concluye con la oración de postcomunión, se omite la bendición habitual, ya que según nos recuerda el Ritual: “Al final se da la bendición con el Santísimo Sacramento en la iglesia en que acaba la procesión, o en otro lugar oportuno; y se reserva el Santísimo Sacramento.”
Delegación Diocesana para la Liturgia