«El número de los salvados» (Lc 13, 22-30)
En tiempos de Jesús, el número de los que iban a salvarse era un motivo de preocupación. obre este tema había dos posturas extremas. La doctrina oficial contenida en la Misnah decía que todo Israel tendría parte en el mundo futuro. Sólo estarían excluidos ciertos pecadores en materias especialmente graves. Los heterodoxos, por el contrario, creían que el mundo futuro iba a traer consolación para unos pocos y tormento para muchos. Detrás de la primera postura está la idea de la elección: para salvarse – venían a decir– sólo es necesario pertenecer al pueblo de Dios; detrás de la segunda, está la idea de la responsabilidad moral del hombre. El problema es que ambas conducen a la pasividad: si todos se salvan ¿para qué preocuparse?
çSi se salvan sólo unos pocos ¿para qué esforzarse? Cuando plantean a Jesús el tema, él elude la respuesta y se limita a decir que no es el número lo que importa, sino el entrar en el Reino. Saber el número de salvados no resuelve nada. Lo que verdaderamente importa es saber la manera de conseguirlo. Y sólo hay una forma: con el esfuerzo. La metáfora de la puerta estrecha es una forma gráfica de decir que no hay que posponer la decisión de convertirse. Si se deja para el último momento puede ocurrir como en las aglomeraciones de última hora: que sólo entran unos cuantos.
La verdad es que resulta chocante hablar de esfuerzo y de puertas estrechas en una cultura como la nuestra donde la técnica todo lo hace fácil y donde la comodidad y el bienestar son valores predominantes. Pero así son las cosas. El reino de Dios es un regalo del cielo frente al cual el hombre ha de asumir su propia responsabilidad. Las palabras de Jesús vienen a decir que no es suficiente con estar bautizado y llevar una vida religiosa fiel. Cuando se cierra la puerta del banquete sólo participan los que se han esforzado por estar dentro. De nada sirve haber escuchado la palabra.
Sólo el que la hace suya y vive de acuerdo con ella logra pertenecer al grupo de los comensales. La sorpresa llega al final cuando se descubre que entran primero los que no tenían entrada, mientras que los que estaban tan frescos con su entrada en el bolsillo son los últimos en acomodarse. Ni que decir tiene que Jesús está hablando de los judíos y de los paganos. Pero sus palabras son perfectamente aplicables a nuestro tiempo. Son un aviso para, fiándose de su suerte, olvidan la exigencia y el compromiso. El evangelio propone un difícil equilibrio entre el don y el mérito: la salvación es un regalo –Dios prepara el banquete– que el hombre ha de aceptar acomodando su vida a sus exigencias y valores –hay que entrar con el vestido de fiesta–. Cuando se pierde este equilibrio se caen en posturas extremas que o anulan el don o anulan la libertad.
Francisco Echevarría Serrano,
Ldo. en Sagradas Escrituras y vicario parroquial de Punta Umbría