En el domingo séptimo del tiempo de pascua celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Es una de las solemnidades que se trasladaron al domingo tras perder el carácter de festividad laboral. En la primera lectura, que continúa siendo del libro de los hechos, encontramos ese inicio en que Lucas narra la ascensión con un grupo de discípulos que se queda estupefacto por lo que acaba de suceder y no sale de su asombro hasta que alguien no les recuerda que les espera el arado y que no es conveniente quedarse mirando atrás. El evangelio de Mateo nos presenta a Jesús dando instrucciones más concisas, aunque, como dice Fr Claudio Doglio: “El evangelio según Mateo termina abiertamente dejando al lector la conclusión. La historia de Jesús no termina porque, después de todo, de acuerdo con la intención del evangelista, la historia de Jesús continúa en su comunidad: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”, dice el Resucitado. Está claro que desde ese momento los discípulos se mueven, viven, trabajan, hablan, pero es el Señor resucitado quien trabaja con ellos. La comunidad con quien trabajó el evangelista Mateo, probablemente en la ciudad de Antioquía, que recibió el evangelio de los Doce por medio de Bernabé y fue reelaborado, y se continuó reflexionando sobre esta predicación apostólica durante muchos años.”
La frase de Jesús sigue vigente hoy, por si nos cupiera alguna duda o tuviéramos la tentación de la estupefacción frente a la ausencia del maestro. La tarea, expresada en imperativo, “id y haced discípulos…”, es tarea de toda la Iglesia y la presencia silente del Maestro dará las energías necesarias para que llegue a buen puerto.
También en este día, la Iglesia celebra la jornada de las comunicaciones sociales, este año con el lema 57º Jornada Mundial de la Comunicaciones Sociales. «Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)» propuesto por el Papa Francisco. En la carta de esta jornada nos recuerda: “En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).”
Rafael Benítez, sacerdote diocesano y delegado para los medios de comunicación.