Domingo de la Divina Misericordia.
Mis queridos hermanos y hermanas:
Hace una semana que celebramos la Pascua. Ahora, durante cincuenta días, vamos a seguir saboreándola. San Atanasio decía que estos cincuenta días pascuales formaban una gran y única fiesta. Qué frutos o efectos produciría la Resurrección de Jesús en aquel grupo de discípulos, vamos a intentar deducirlo:
“Paz a vosotros”: tres veces repite San Juan en el Evangelio este saludo de Jesús. Es el primer signo de la presencia del resucitado. Siempre que se presenta, lo hace con la Paz.
“Entró con las puertas cerradas”: cerradas por el miedo. Pero Jesús entró. Parece como si en Pascua, Jesús forzara su presencia en medio de la gente.
“Jesús exhaló su aliento sobre ellos”: el aliento de Jesús Resucitado puso orden en aquel caos. Y todos recibieron la fuerza y la alegría del Espíritu de Jesús. Se llenaron de alegría al ver al Señor. Entonces, el aliento era la representación de la vida. Jesús transmite la vida de resucitado a sus amigos.
“Los hermanos eran constantes”: en escuchar las enseñanzas de los apóstoles en la vida común; (formaban una piña entre ellos), en la fracción del pan (la Eucaristía semanal), y en las oraciones (en común). No es de extrañar lo que dice la primera lectura: “todo el mundo estaba impresionado”.
Tomás, como hemos visto en el evangelio de hoy, no estaba en la comunidad cuando vino Jesús. Tomás lo tenía muy claro: “Si no veo y toco, no creo”. Cuantos como Tomás andan sueltos, siempre poniendo condiciones para creer. La cuestión es que Jesús cedió a las condiciones de Tomás. Le era necesario por dos razones: una porque le iba a pedir mucho a cambio, su vida entera, y otra porque aprovecha la
ocasión para llamar la atención a los que si creían en el futuro que hemos sido la mayoría: “dichosos los que crean sin haber visto”. Dichosos nosotros, tú y yo, que a lo largo de los siglos hemos creído en Jesús, sin haber tenido la satisfacción de haberlo tratado en vida como lo trató Tomás.
Y Jesús se presentó a Tomás. La hermosa confesión de fe de Tomás surgió al palpar y meter la mano en el costado abierto de Cristo. Puede ser un buen camino para encontrar a Cristo: meter la mano en las llagas abiertas del Cristo de hoy, del hombre: Las llagas de las injusticias; hambres, inculturas, refugiados por la guerra…
Las llagas de la violencia; cuerpos y almas mutilados…
Las llagas del fanatismo; guerras de religiones…
Las llagas de la enfermedad; cuerpos mordidos por el dolor…
Las llagas de los privados de libertad; por causas injustas…
Todas ellas llagas de Cristo a las que debemos acercarnos y meter en ellas nuestras manos compasivas y misericordiosas, sobre todo manos liberadoras. Cada vez que le quitamos un dolor al hermano, cerramos una llaga abierta en el costado de Cristo.
Hoy hay la bienaventuranza en el evangelio que está dedicada a nosotros y que no la podemos dejar pasar: “Bienaventurados nosotros que hemos creído en Jesús, sin haberlo visto físicamente”, sino sólo con los ojos de la fe en quienes nos transmitieron su vida.
Voluntariado de Pastoral Penitenciaria