Jesús nos llama a seguir su Palabra para poder alcanzar la plenitud, el designio salvífico de Dios, su Reino. La lectura del Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre dos ideas fundamentales: la primera, el valor que para nosotros tiene el Reino de los Cielos, y por otro, los impedimentos que en nuestro día a día nos quitan de escuchar el mensaje de Jesús.
En el Evangelio, Jesús emplea tres parábolas para explicar el Reino de Dios: un tesoro escondido, una rica perla y una red llena de peces de todas clases. Para obtener el tesoro y la perla, estas personas han tenido que desprenderse de todo lo que tenían para conseguirlo. Las perlas de verdadero valor no son fáciles de reconocer. ¿Eres consciente del verdadero privilegio de pertenecer al Reino de Dios? ¿Soy verdaderamente consciente de que, por encima de lo material, está su amor? La valoración que podamos hacer de estos elementos tan valiosos sólo alcanzará el sentido que tiene si entendemos todo lo que significó la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. Es por ello que debemos proteger este tesoro y acercarlo a los demás en la medida de nuestra fe, como bien nos dice San Lucas: “el hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.” (Lc 6,45)
En el mundo en que vivimos estamos fácilmente tentados a caer en el error de anteponer esa riqueza material a la riqueza espiritual, así como los mensajes que nos impiden escuchar el de Jesús. En ocasiones, pecamos de avariciosos, incluso queriendo no compartir con nadie estos bienes tangibles que buscamos atesorar aunque no los necesitemos. Además, esta misma sociedad nos lleva a pretender asegurar siempre la riqueza material, lo que llamamos en el refranero “más vale pájaro en mano que cientos volando”.
A esto Jesús nos propone un trueque, un intercambio: el tesoro de su amor por nuestra entrega, el Reino de los Cielos por nuestro compromiso para con Dios. ¿Aceptas su oferta? Precisamente será de esta forma por la que Dios nos pondrá en la Tierra esa valiosa perla en nuestro camino: Jesús. De otro modo, el camino que Dios nos pone es el que a Él nos lleva. Esto es el plan de Dios para cada uno, un proyecto personalizado de felicidad. Y aunque, ciertamente, parece una contradicción lo que nos cuenta Jesús en esta parábola, puesto que para alcanzar la felicidad y la plenitud, debemos desprendernos de todo; pero nuestra propia experiencia nos lo confirma también. En el dar, es donde más recibimos; por ello, pedimos hoy al Padre que nos conceda la gracia de tener un corazón libre, para saber dar y darnos y, también,
para saber recibir.
Equipo Diocesano de Pastoral Juvenil