“Fuego de amor que me abrasa”[1]
Vamos a tratar, en estas breves líneas, de la historia de amor de la Madre Luisa con el Nazareno. Ella misma reconoce que siempre sintió mucha devoción y ternura ante Jesús con la cruz a cuestas[2]. Tras la locución del Nazareno en el año 1939, debió recibir la gracia de un conocimiento muy profundo de Corazón de Jesús. A raíz de entonces, el Señor le infundió a la Madre Luisa su ardiente Caridad, para que pudiera amar con su mismo Amor, de un modo similar a como se lo transmitió el Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque: “Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular que, no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por tu medio y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te estoy descubriendo”[3].
La Madre Luisa explica, a través de estos breves versos, como recibió la Caridad como virtud sobrenatural:
[…] “Oh Señor, tú me la diste
y es mi tesoro mejor
porque es regalo de amor
el regalo que me hiciste.
Amor, amor siento yo;
amor que me enciende el pecho
y el corazón me ha deshecho.
¡Bendito el que me lo dio!”.
¿Cómo se podría entender, si no, el modo extraordinario como ejerció la caridad con los enfermos, los más pobres y necesitados, en unas condiciones de extrema penuria y poniendo en riesgo su vida a causa de las graves enfermedades contagiosas a las que se expuso?

El amor entre la Madre Luisa y el Corazón de Jesús, concretado en la figura del Nazareno, fue un amor transformante de amante, de esposo, llegando a los más altos grados de amor que puede alcanzar el alma en esta vida, que ella expresa así a través de sus versos:
[…] Te ofrece además Su amor
en una unión transformante
te brinda beso de Amante,
de Esposo, de Redentor […]
(La Cruz de Cristo. Padecer o morir)
En el último rincón
estoy de mi vieja casa,
con fuego en el corazón
fuego de amor que me abrasa. […]
Fuego de amor que me lleva
a querer y a desear,
fuego de amor que me eleva
al más sublime gozar […]
(En el último rincón)
El amor de la Madre Luisa por el Nazareno lo concretó en esta máxima: “Grabando en nuestras almas la imagen del divino Nazareno”. Ese amor transformante le hizo trabajar incansablemente por la gloria de Dios, buscando “Rendir nuestras vidas a la mayor honra y gloria de Dios Nuestro Señor y por el bien corporal y espiritual del prójimo, en el que queremos ver siempre la imagen bendita de nuestro divino Redentor”[4].
Amor y reparación son la síntesis de la devoción al Corazón de Jesús. Podemos decir que la reparación es reflejo y medida del amor, y están íntimamente ligados. San Juan de la Cruz, de quien la Madre Luisa era tan devota, declara que «viendo a la esposa herida de su amor, Cristo, también al gemido de ella viene herido del amor de ella; porque en los enamorados la herida de uno es de entrambos y un mismo sentimiento tienen los dos»[5].

¿Cómo nació en la Madre Luisa su amor por el sufrimiento, tan contrario a la naturaleza humana? Ella misma lo cuenta así: “Me gustaba la vida fácil, cómoda, a capricho, esa es la verdad. Menos mal que el Señor, en su infinita misericordia, me mandaba muchos males corporales bastante penosos, que algo servirían de contrapeso. Porque, eso sí tenía, que los males que me mandaba el Señor —a veces dolores muy fuertes— siempre los recibí no ya con resignación, sino con alegría, con una alegría alborozada en el fondo de mi alma, porque pensaba que, ofreciéndolo al Señor, me perdonaría mis muchos pecados e infidelidades. Siempre que se me presentaba un dolor, le decía al Señor con toda mi alma: «¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma, que el dolor me va a redimir». Y en verdad que él me dio fuerzas para nunca cansarme de padecer, también me acordaba en mi padecer de los demás, de la salvación de las almas, de ofrecer para gloria de Dios y para reparar las ofensas que se hacían —y yo hacía— al divino Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen.”[6]
Impresiona ver cómo, a pesar de tantos sufrimientos, su alma estaba llena de sentimientos de dulzura y amor a Dios. Hizo de la reparación su modo de vida habitual, ofreciendo sus sufrimientos para purificar su propia alma (Limpia mi alma, oh Jesús, a fuerza de sufrimiento –Aspiraciones, 1946–) y salvar las almas de otras personas, algunas de las cuales las concreta en diversas poesías (A mi padre; A mi tía; Ofrecimiento para una conversión…).
A menudo exhortaba a sus queridas hijas de comunidad a ser pararrayos de la Justicia divina: «Si fuéramos buenas, podríamos ser pararrayos para reparar las ofensas que se hacen al Señor y a la Santísima Virgen».
Y todo ello, como fruto del amor: “Es un horizonte lleno de amor para nuestras almas enamoradas de Cristo: santificarnos nosotras mismas, grabando en nuestras almas la imagen del divino Nazareno”[7].
Por último, entresacamos del testimonio de una de las Hermanas: «La devoción de la Madre al Sagrado Corazón se concretaba en las oraciones de la mañana y de la noche, tanto las hermanas, como las ancianas y las niñas, siempre terminaban con la invocación al Sagrado Corazón, repetida por tres veces “Sagrado Corazón de Jesús en vos confío”. Otras veces la oí decir a algunas personas que pasaban por intenso sufrimiento: “Te pongo en la Sagrada llaga del Divino Corazón”.
Pero lo que sobre todo quiero reflejar en este escrito, es el amor tan intenso que nos ha transmitido al Divino Corazón. La Madre Luisa conocía las penas y sufrimientos que producen el desamor, el amor no correspondido, el olvido, la indiferencia, la frialdad, todas estas cosas son mucho más penosas que los sufrimientos físicos. Por este motivo, la Madre Luisa no fijo su atención en sus propios sufrimientos, que los tuvo grandísimos, sino en los del Corazón de su Divino Nazareno y mirándolo a Él se olvidó de sí misma, esta fue su gran fuerza para vivir una vida de tanto sufrimiento con tanta paz»[8]
[1] De la poesía de la M. Luisa “En el último rincón”
[2] La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 183
[3] Santa Margarita María de Alacoque y el Corazón de Jesús
[4] Carta a D. Pedro Cantero Cuadrado de 8 de diciembre de 1954
[5] Dilexit nos, nº 69.
[6] La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 197
[7] Carta a D. Pedro Cantero Cuadrado del 8 de diciembre de 1954
[8] Testimonio de la Hna. Inmaculada sobre la devoción de la Madre Luisa al Sagrado Corazón de Jesús