Juan Diego González Sanz es el nuevo delegado diocesano para los Laicos, una persona que, a pesar de su juventud, tiene una amplia experiencia eclesial y recorrido de fe, se reconoce como “un cristiano que intenta vivir el Evangelio con todas sus fuerzas. Estoy casado desde hace diecinueve años con María Macías, una mujer extraordinaria, apasionada por el acompañamiento y promoción de los más pobres, junto a la que soy padre de cinco hijos preciosos, tres chicas y dos chicos, de entre diecisiete y siete años.
Viví mi infancia, creciendo en la fe de la mano de mis padres, en la parroquia de San Pablo (Huelva) y también en Zalamea la Real y en Minas de Riotinto. Mi adolescencia y primera juventud estuvo vinculada al Grupo Scout Saltés (del Movimiento Scout Católico), que entonces dirigía el jesuita Antonio Vivas, junto a quien tuve la suerte de conocer la Compañía de Jesús y la espiritualidad ignaciana, que todavía me alimenta. En 1997 me incorporé al mundo de las Comunidades de Vida que formaban entonces Pueblo de Dios, varias comunidades del Centro San Francisco (dirigido por el jesuita Paco Oliva en Huelva), Tierra Esperanza (Aracena) y Malkut (que había surgido de los grupos de amistad de los Maristas). Desde 2016 vivo en la Comunidad Pueblo de Dios.
En lo profesional, soy enfermero, matrono y doctor en Antropología filosófica. He trabajado como matrono durante catorce años, sobre todo en el Hospital Infanta Elena y en los Centros de Salud de Lepe y Cartaya. Actualmente me dedico a la Educación Superior como profesor ayudante doctor del Departamento de Enfermería de la Universidad de Huelva y también como profesor en el Seminario Diocesano de Huelva”.
En continuidad con el equipo de la delegación anteriormente llamada para el Apostolado Seglar, el nuevo delegado asume el reto de seguir dando continuidad al proceso que en España se está viviendo de reimpulso de un laicado misionero tras el Congreso de Laicos vivido en Madrid en febrero de 2019, justo un mes antes del inicio del estado de alarma por causa de la pandemia Covid y que de ninguna manera ha llegado a frenar el ímpetu con el que salió de esos días el grupo que en representación de la diócesis asistió a este evento.
Junto con las otras vocaciones, los laicos formamos parte del pueblo de Dios en una sociedad secularizada y plurireligiosa. El pluralismo se ha extendido en todos los órdenes de la vida. Se deja ver en distintos estilos de vida, modos de pensamiento, cosmovisiones, sistemas de orientación. Todos vivimos al mismo tiempo mundos muy diferentes en la familia, el trabajo, la esfera pública, la economía, las diversiones, las relaciones. En este sentido, saber situarse como cristianos en este complejo contexto es para esta delegación el gran reto del momento.
Conversamos con el nuevo delegado para los laicos en un momento en el que, tras el congreso Pueblo de Dios en salida celebrado el año pasado en Madrid, el laicado en España está recibiendo un nuevo impulso.
ENTREVISTA
La semana pasada, prometía ante el Obispo el oficio como delegado para los Laicos. ¿Cómo recibe este encargo?
Con mucha alegría y también con una gran sensación de responsabilidad por la confianza que nuestro obispo, Santiago, ha depositado en mí.
De entrada, el cambio de nomenclatura –pasa de llamarse delegación “para el Apostolado Seglar” a “para los laicos”–, ¿es indicativo de un cambio de enfoque?
Creo que no. Se trata más bien de adaptar la denominación de la Delegación a la de los Dicasterios de la Curia Romana, que está siendo reformada por el papa Francisco y, por extensión, de la Conferencia Episcopal Española. Como la misión principal de las delegaciones es ayudar al obispo en su tarea en pro de la comunión, dentro de la Diócesis y con la Iglesia universal, es bueno que las estructuras y sus nombres den el primer paso en este sentido.
En el reciente análisis de la realidad social y eclesial de la diócesis se reconoce una cierta pérdida de identidad cristiana y de sentido de pertenencia a la Iglesia especialmente en el laicado. ¿Cuál es su percepción del laicado en la diócesis de Huelva?
Ser laico es la condición común de los cristianos. Desde este punto de partida arrancan todos los caminos de seguimiento de Jesús.
A partir de aquí, algunos reciben vocaciones especiales al diaconado, el sacerdocio y el episcopado, o a vivir con total entrega los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, como religiosos y religiosas. El contraste que estos grupos, más o menos grandes, pero siempre minoritarios, dibujan respecto del gran conjunto de los laicos cristianos ha llevado a verlos como más nítidamente cristianos y a definir el laicado en contraposición a ellos. A esto se suma, que tanto los miembros del clero como los de la vida religiosa, han de pasar por largos procesos de maduración personal para que su vocación llegue a concretarse en una realidad pública. Aunque no la garantizan, estos procesos facilitan que, en nuestro tiempo, en estos grupos dentro de la Iglesia haya generalmente una madurez de la fe.
Muchos laicos no siguen procesos madurativos de este tipo, sino que se mantienen en una fe cristiana inicial, bastante inmadura, que no les permite tomar conciencia de su protagonismo eclesial y de su responsabilidad apostólica, permaneciendo frecuentemente como receptores, a menudo pasivos, de la actividad evangelizadora de la Iglesia. En medio de una sociedad secularizada como la nuestra, no es de extrañar que se produzca en parte de los integrantes de este grupo esa “pérdida de identidad cristiana” que mencionabas en tu pregunta.
Otros laicos, ciertamente en menor número que los anteriores, han avanzado mucho en su fe y son agentes apostólicos activos en sus comunidades, participando de todas las dimensiones de la vida eclesial, tanto hacia dentro como hacia fuera de la Iglesia. Estos han hecho verdad la llamada del Concilio Vaticano II a un “apostolado más intenso y más amplio” (Apostolicam actuositatem, 1). Para algunos integrantes de este grupo la tentación viene de considerar incompatibles la autonomía y la dependencia. Siendo autónomos, y en muchos casos muy eficaces, en su apostolado, no siempre son capaces de disfrutar de recibir el regalo de todo aquello que no les corresponde poner a ellos, sino al clero y a los religiosos y religiosas. Sin vivir toda la vida eclesial como mediación, también en sus aspectos sacramentales y litúrgicos, es fácil que se debilite el sentido de pertenencia a la Iglesia católica.
Siguiendo con las conclusiones de este análisis. Se habla, también, de pasividad y falta de formación en el laicado. Aunque es pronto, al menos como visión, ¿cómo sueña afrontar este reto?
Como decía, el reto no es el mismo para todo el laicado.
Habría que distinguir, además de lo dicho anteriormente, entre el laicado asociado y el que no lo está. Quienes participan de la vida de un movimiento, de una de las nuevas comunidades o de la rama laical de una congregación religiosa, entre otras posibilidades, tienen a su disposición más recursos formativos y de atención personalizada. Pero también hay que contar con los laicos cuya principal o única vía de participación de la vida comunitaria de la Iglesia es su parroquia. Unos y otros han de encontrar en esta Delegación un cauce de comunión y de enriquecimiento de su vida cristiana.
Sí, hay laicos pasivos y poco formados, y voy a trabajar para que desde la Delegación podamos ofrecerles una formación oportuna, accesible y de calidad, que les estimule a participar más activamente de la vida de la Iglesia. Para ello también será de gran importancia que los párrocos perciban esta Delegación como una ayuda en la tarea de acompañamiento y estímulo de la vida laical, cuyo peso a menudo soportan en solitario. No obstante, también hay laicos sobradamente formados y muy activos que quizás no necesiten más formación, pero que espero encuentren en la Delegación para los Laicos un apoyo para vivir su fe con plenitud, construyendo comunidades cristianas evangelizadoras y felices en su fe, mano a mano con el clero y con la vida religiosa.
Finalmente, en medio de la coyuntura covid que vivimos, ¿qué tenemos que decir los laicos?
El espacio de los laicos es, sobre todo, el de la vida cotidiana y ahí es urgente evitar que el miedo, que es el peor fruto de la pandemia, triunfe sobre nuestra fe y sobre todas las construcciones culturales en que ha ido cristalizando esa fe: la acogida, la alegría, la fiesta, la atención a los que están solos, etc. Las epidemias siempre han sido ocasiones en las que los cristianos han demostrado que los límites del amor son más amplios que los de una pretendida sensatez que, en el fondo, muchas veces es solo egoísmo. Por eso, creo que cada uno de nosotros está llamado a redefinir, en conciencia y sin exhibicionismos ni bravuconadas, hasta donde tienen que llegar ahora esos límites del amor, en qué forma se nos pide ser cristianos, reconociblemente cristianos, en medio de una pandemia.