Foto: Las siete obras de misericordia, Pieter Brueghel el joven (1600-1650). Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa (Portugal)
El Evangelio de este domingo sétimo del Tiempo Ordinario nos ofrece una página sublime sobre el amor.
Página sublime y rompedora, porque nos trastoca los conceptos y la manera en que entendemos el amor. Nuestra forma natural de entender el amor es la de amar a quienes también nos aman. Es la fórmula del intercambio o de la correspondencia: me amas, te amo; haces algo por mí, yo lo hago también por ti. Pero eso lo hace cualquiera.
Jesús nos dice que el amor ha de ser desinteresado, sin esperar recompensa, generoso y gratuito y tiene que serlo en todos los órdenes de la vida, en el trabajo, en la misma comunidad parroquial, en nuestras relaciones con los demás, en la familia…
Estamos inmersos en el Año de la Familia Amoris Laetitia, en el que precisamente se nos señala como principal objetivo profundizar en los contenidos de la Exhortación sobre el amor en la familia.
Perdonad, y seréis perdonados. La expresión más alta y genuina del amor es el perdón. Sólo quien ama de verdad es capaz de perdonar. Pero, además, en el perdón evangélico lo que asombra es que más alegría siente el que perdona que el que es perdonado. En efecto, está constatado que el primero en pedir disculpas, es el más valiente. El primero en perdonar, es el más fuerte. El primero en olvidar, es el más feliz.
Ampliamente se refiere el Papa Francisco al perdón en Amoris Laetitia. Tres numerales específicos (AL 105 – 108) y repetidas citas, algunas tan conocidas y populares como la que dice:
“En la familia es necesario usar tres palabras… permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Cuando en una familia… se pide ´permiso´, cuando en una familia… se aprende a decir ´gracias´, y cuando en una familia… se sabe pedir ´perdón´, en esa familia hay paz y alegría” (AL133).
Aunque el perdón es una virtud que muchos asocian solo al ámbito religioso y moral y, sin lugar a dudas en este ámbito tiene un valor añadido, en las últimas décadas, cada vez son más las investigaciones que integran el perdón en la psicología clínica, porque, aun no siendo creyente, la capacidad de perdonar y pedir perdón tiene muchísimas consecuencias en la salud mental y física.
Perdonar es un acto de la voluntad, mientras que olvidar o no olvidar es algo que no podemos controlar, se escapa de nuestro control. Podríamos decir que perdonar no es olvidar, sino recordar en paz.
El perdón es la decisión libre de renunciar al rencor, al odio y a la venganza, y cambiarlos, en un proceso que puede ser largo, por una postura de aceptación, compasión, benevolencia generosa e, incluso, amor. El rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia. No hay nada mejor en el mundo que perdonar.
Muchas parejas fracasan precisamente porque no saben perdonar ni pedir perdón. Pues siempre hay que estar abiertos al perdón, porque más tarde o más temprano llegará el momento en que tengamos que perdonar o ser perdonados. Las crisis en los matrimonios se dan por la incapacidad de los esposos para perdonarse.
No es bueno que el hombre esté solo. Pues tampoco es bueno que el matrimonio esté solo y la Iglesia es el lugar, la gran Familia, donde la Familia Iglesia Doméstica encuentra la ayuda que necesita en situaciones de crisis.
La Iglesia te acoge. La Iglesia te propone y la Iglesia, si tú quieres, te acompaña.
José Antonio García Morales,
Delegado Diocesano para la Familia y Vida