Queridos diocesanos:
Como decía San Juan Pablo II,“la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor” (Ecclesia de Eucharistia, 1). Por eso, en la fiesta del Corpus celebramos la Jornada de la Caridad, cuyo lema es “De la adoración al compromiso”. Efectivamente, la Eucaristía y la caridad van unidas, también en esta solemnidad del Corpus Christi, porque no podemos celebrar esta fiesta “sin vivir y experimentar la profunda e inseparable unidad entre la fe y la vida, la unidad entre la Eucaristía y la caridad” (Mensaje Obispos Subcomisión Episcopal para la Acción Caritariva y Social).
El Corpus de este año quiere subrayar la experiencia de la Iglesia, que hemos contemplado durante el tiempo de la Pascua: las llagas del Señor crucificado son transfiguradas en el Cuerpo del Resucitado. Nuestra particular “pasión” con motivo de los duros tiempos que hemos vivido últimamente, nos hacen fijarnos en el misterio eucarístico, en el cual nos adentramos en el Corazón de Aquel que nos ha amado hasta el extremo. La Eucaristía provoca en nosotros asombro, pero también exige una prolongación del amor recibido.
La naturaleza intima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra.
Cáritas no es una ONG adosada a la Iglesia, sino que es la expresión de una dimensión esencial de la vida de la comunidad cristiana, junto al anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los Sacramentos. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.
La charitas cristiana supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado «casualmente» (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea.
No obstante, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad. En este sentido, siguen teniendo valor las palabras de la Carta a los Gálatas: «Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a nuestros hermanos en la fe» (6, 10). (Cf. Deus caritas est, 25).
La Iglesia en la opción por los pobres da también testimonio de la dignidad de cada persona. Afirma claramente que ésta vale más por lo que es que por lo que posee. Atestigua que esa dignidad no puede ser destruida cualquiera que sea la situación de miseria, de desprecio, de rechazo, o de impotencia a la que un ser humano se vea reducido.
Es muy conveniente que, con la debida prudencia pastoral, los niños y jóvenes participen en las actividades caritativas de las parroquias. El descubrimiento del dolor y la asistencia a los que sufren de tantos modos será para ellos un camino de crecimiento humano y cristiano. En una sociedad que se caracteriza por el materialismo y el consumismo, el hecho de que los jóvenes entren por la vía del servicio desinteresado, que vivan la pedagogía de la gratuidad y la experiencia de la generosidad y el descubrimiento del prójimo, es un camino adecuado para el encuentro con Cristo a través de los pobres, de los necesitados y de los que sufren. A veces, el grupo de Cáritas tiene la dificultad para renovar las personas que la gestionan directamente. La integración, ocasional o permanente, de jóvenes en el grupo puede ayudar a todos.
Queridos hermanos, que esta Jornada de la Caridad, en el contexto de la solemnidad del Corpus, refuerce aún más en nosotros el vínculo que existe entre la Eucaristía y la caridad. Vivamos esta fiesta eucarística con alegría desbordante y con una fraternidad renovada por la presencia del Señor.
Esta fiesta, con las procesiones del Señor Sacramentado por nuestras calles, pone ante nuestros corazones al Amor de los Amores, que se ha hecho Pan para ser partido y repartido, que se ha hecho Pan para alimento de nuestro camino. Él es nuestra Paz (cf. Ef 2, 14), la paz en un mundo en guerra. Quiera el Señor que se haga verdad lo que canta aquel himno eucarístico que dice: “Tiradas a tus plantas las armas de la guerra, rojas flores tronchadas por un ansia de amar, hagamos de los mares y la tierra como un inmenso altar”, un altar como el que nos prepara el Señor, un banquete en el que los pobres nos nutrimos del mismo Amor.
+ Santiago Gómez Sierra,
Obispo de Huelva