Aunque ya desde 1332 hay constancia de presencia carmelita en nuestras tierras, con la fundación del convento masculino de Gibraleón por orden del Infante don Alfonso de la Cerda, este año se conmemora el quinto centenario de otro insigne rincón del carmelo en nuestra provincia. Se trata de la fundación, en 1522, del convento masculino en la ermita rural de la Virgen de Consolación en Trigueros, aunque la comunidad se desplazó en 1589 a su emplazamiento definitivo del que se conserva el sector conventual y la iglesia. Como nos cuenta el delegado diocesano para el Patrimonio Cultural, Manuel Jesús Carrasco Terriza, ” el templo, de una sola nave, coro alto, crucero y capilla mayor, se cubre con techumbre mudéjar y con bóveda en la cabecera. Afortunadamente conserva gran parte de su patrimonio mueble, retablos, imágenes y lienzos”.
Hoy, 16 de julio y festividad de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, celebramos la presencia de la devoción carmelitana que aquellos primeros monjes trajeron a nuestra tierra, una devoción universal y tan española, que un carmelita del siglo XVI decía que España era como un monasterio carmelitano, por la cantidad de cofrades que la Orden tenía y que portaban el santo escapulario.
Nuestra diócesis onubense, de norte a sur, y de esta a oeste, está también sembrada de vestigios de esta antigua devoción mariana, no sólo por la relación que tiene con el mar que baña sus costas, que también, sino por la antigua presencia carmelitana en pueblos tan distintos y distantes como Gibraleón, Escacena del Campo, Trigueros, San Juan del Puerto, Aracena, Villalba del Alcor, Paterna del Campo, Encinasola, Calañas, Cumbres Mayores, etc… En algunas de estas localidades la Virgen del Carmen es la Patrona o es venerada como tal.
Huelva, con los focos de las parroquias de Ntra. Sra. del Carmen y de la Purísima Concepción; Punta Umbría, Isla Cristina, Punta de Moral, El Rompido y La Antilla, o Mazagón, son otros lugares donde el carmelitanismo se hace presente. Y en la Sierra, destaca Galaroza. Como vemos, una devoción muy extendida.
La Virgen, siempre presente en nuestra historia, en julio, se nos hace carmelita, con el hábito marrón y la capa blanca, mostrándonos a su Hijo, para que vivamos en “obsequio de Jesucristo” en el espíritu de Elías, el profeta del Carmelo. Síntesis o símbolo de ese hábito es el escapulario, un sacramental que nos quiere introducir en la vivencia mariana de la fe cristiana fiel a nuestro bautismo, cuando nos revestimos de Cristo.
La “nubecilla sin mancha” del Carmelo prefiguró a la Inmaculada Virgen María que, también en estos meses de estío y de vacaciones, se hace presente como Madre y Hermana nuestra.
Hoy, desde todos los rincones de la diócesis sube hasta el cielo una plegaria de alabanza en la fiesta de la Madre. El “Flos Carmeli” de los carmelitas nos ayuda a expresar la belleza de María, el amparo amoroso de la Madre de Dios del Carmelo, con esta hermosa y antigua oración:
“Flor fragante del Carmelo y florida Vid sagrada, Esplendor claro del cielo, singular Virgen intacta, Madre de Misericordia y de varón preservada, que dais a los carmelitas mil privilegios y gracias, pues sois Estrella del Mar, sed norte con que logremos al Puerto eterno llegar”.
La liturgia de hoy, como la mejor forma de piropear a la Madre de Dios, nos ofrece un texto evangélico, en el que se hace como un negativo de María: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.».
Juan de Robles