“Jesús nos descubre el sentido de su Sacrificio en la Última Cena dentro de la antigua cena sacrificial judía (Ex 2,1-8.11-14). En aquella cena ritual se conmemoraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto. Cena relacionada con la inmolación de los corderos, era conmemoración del pasado y anuncio de una liberación futura.” Así ha comenzado Mons. Santiago Gómez la homilía de la Misa Vespertina de este Jueves Santo, 6 de abril, con la que se inicia el Triduo Sacro.
El obispo de Huelva ha recordado que “al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús se revela como el verdadero cordero inmolado. La misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento ahora en el Misterio pascual. Desde lo alto de la cruz dice: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). Ya a orillas del Jordán Juan Bautista ve venir a Jesús y exclama: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,19). La misma expresión se repite cada vez que celebramos la santa Misa: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor».
“Jesús como verdadero Cordero de Dios, Víctima, transforma su muerte, de por sí violenta y absurda, en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad. Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente así mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza”, recalcó.
Eucaristía y sacramento del Orden
El obispo ha continuado hablando de la Eucaristía, pues “Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio. En el Cenáculo dice: «haced esto en conmemoración mía» (Lc 22,19). Nadie puede decir «esto es mi cuerpo» y «éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona de Cristo. En el sacerdote que celebra la Eucaristía es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia.”
“Como consecuencia el obispo o sacerdote celebrante debe ser consciente de que nunca le corresponde ponerse a sí mismo o sus opiniones como protagonista. Es servidor, dócil instrumento en manos de Cristo, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, ejerciendo su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia”, señaló.
La coherencia eucarística
En la participación eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todos sus comportamientos de vida.
Este compromiso moral nace como un deseo de corresponder al amor del Señor, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad. El impulso moral brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor.
Es la coherencia eucarística, a la cual está llamada nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado; al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Este es el mandato de Jesús: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15).
La Delegación Diocesana para la Liturgia recuerda que el Jueves Santo conmemora un triple misterio: la institución de la Sagrada Eucaristía, la institución del sacerdocio y el amor fraterno. La Eucaristía es el centro y raíz de los otros misterios, puesto que los origina y los exige. Este triple misterio queda plasmado con la Misa, la adoración del Santísimo en el monumento y el lavatorio de los pies.
La Misa de la Cena del Señor es el centro de la liturgia del Jueves Santo. La Sagrada Eucaristía nos muestra el Sacrificio de la Alianza definitiva que Dios realiza, en Cristo, con los hombres.
Las lecturas de la Misa inciden en estas ideas: la Eucaristía es la verdadera pascua (primera lectura y Evangelio) y la continuación de la Ultima Cena de Cristo en la celebración de la Iglesia a lo largo de los siglos (segunda lectura).
El Lavatorio de los pies es una catequesis sobre la Eucaristía y una parábola en acción sobre el mandamiento nuevo: la Caridad. Cristo ha venido no para ser servido, sino para servir (Mt 20, 28).