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Domingo XXV Tiempo Ordinario – C

Publicado:
15 septiembre, 2022
Imagen: Parábola del administrador injusto o del mayordomo infiel. Marinus van Reymeswale (Hacia 1540). Museo de Historia del Arte de Viena (Austria).

«Servir a dos señores» (Lc 16,1-13)

Las riquezas –junto con el poder y la gloria de este mundo– le han disputado siempre a Dios el lugar preferente en el corazón humano. Jesús previene contra el engaño que ello significa. Creen los hombres que con dinero y bienes tienen segura la vida, pero es falso porque la riqueza no cumple sus promesas. Tarde o temprano llega el dueño y hay que rendirle cuentas de la administración de unos bienes que sólo eran prestados. El administrador de la parábola hace algo que nos suena a desvergüeza. Reduce drásticamente la deuda de los acreedores para tener amigos cuando se vea en la calle. Y Jesús alaba su postura.

Todo arranca de algo que dice a continuación: la riqueza es injusta porque pervierte de tal manera el corazón que en él no caben ni Dios ni los demás. Lo único que puede hacerse con ella es ganarse amigos para que, cuando llegue el momento de la verdad, tengamos quien nos avale. Al final todo se resuelve en el uso que se hace de la misma. Un corazón generoso se sirve de la riqueza para repartir generosidad; el avaro salpica por todas partes la acidez de su avaricia.

El cristiano no por serlo esta libre de esta tentación y por eso Jesús, de camino a Jerusalén, advierte a sus discípulos que el corazón no puede estar dividido sin romperse: o Dios es el centro y todo lo demás es secundario; o lo es el dinero y todo lo demás pasa a un segundo lugar. Pero esto sólo lo entiende el que se sabe administrador de lo que ha recibido y no pierde de vista que algún día ha de rendir cuentas de la fortuna que se le ha confiado. La parábola es una llamada a la prudencia: sé prevenido y haz todo el bien que puedas con la riqueza que has logrado porque llegará un momento en el que el valor de la vida será tasado no en monedas sino en bondades. Esa es la verdadera sagacidad. Los bienes de la tierra no son el don supremo que Dios nos confía. Sólo es un pequeño asunto que muestra la medida de nuestro corazón.

Una vez más, al escuchar las palabras de Jesús, nos salta un cierto escepticismo y la sensación de que el maestro es poco realista. Pero ¿podéis imaginar cómo sería un mundo en el que el ser humano fuera realmente lo primero y lo más importante? ¿Un mundo de corazones sin avaricia? Pero no. Vivimos en un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen poco; en el que unos tiran la comida y otros la buscan en la basura. Si el dinero tuviera caducidad –como los alimentos–, nos daríamos cuenta de su verdadero valor. La verdad es que la tiene, pues llega un día en el que no vale nada. Pero nosotros preferimos creer que estamos seguros bajo su protección. Jesús advierte que es una falsa seguridad en la que viven incluso aquellos que intentan casar a Dios con la fortuna. No es posible hacer una genuflexión al sagrario y otra a la cartera.

Francisco Echevarría Serrano,
Ldo. en Sagradas Escrituras y vicario parroquial de Punta Umbría

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